Hígado encebollado

Yesil está preparando la comida en casa, mientras juega en su cuarto. La anemia de Alena se ha visto mejorada con el suplemento que le recetaron, pero es necesario que consuma más hierro en su dieta y Yesil pone manos a la obra en las indicaciones médicas:

– ¡Alena, ya está lista la comida, baja a comer! – grita amorosamente su madre mientras abre la puerta del refrigerador para sacar el agua fresca que quedó en el fondo de la primera repisa.

La niña baja las escaleras silenciosamente y le ordena a Bombo que la acompañe de la misma manera.

– Bombo ven, mamá está en el refri y no nos ha visto – dice en un susurro.

– ¿Y? – pregunta Bombo casi en silencio sin entender los planes de Alena.

– La vamos a asustar.

– ¿Para qué?

– ¡Tú sígueme! – ordena Alena frunciendo el ceño. Un par de segundos después grita sacando el aire que sus pulmones contienen – ¡MAAAAMIIIII! –

– ¡Aaaaaaaaaaaay! – brinca Yesil del susto y se mete instintivamente dentro del refrigerador.

Alena y Bombo, sueltan una sonora carcajada que retumba por toda la casa.

– Jajajajajajajajajajajajajajajjajajajajaja.

– ¡Qué chistosa! ¿Por qué me asustas ? Hasta me pegué en la cabeza. ¡Fregada mocosa! – Yesil observa la cara de su hija con esa magnífica sonrisa y no tiene más remedio que reírse también.

Alena no puede parar de reír hasta que poco a poco se va calmando y con su inocente sonrisa le pregunta a mamá:

– ¿Qué hay de comer? ¿Choco prispis?

– No, no vamos a comer Choco Krispis, vámos a comer hígado encebollado caramelizado.

– ¡Giu! – dice Alena cambiando su expresión facial instantáneamente.

– Bueno, por mí no hay problema que no comas hoy. A mí me encanta el hígado encebollado y a papá también, así que «entre menos burros, más olotes» – dice Yesil en un tono despreocupado. – Además, si comes hígado te puedes poner muy grandota y muy bonita. Tendríamos que comprar nuevos juguetes de niña grande y lindos vestidos……..

– ¡A ver! – interrumpe Alena

– ¿A ver qué? – contesta mamá casi en tono de sorpresa

– ¡A ver dame!

– No, porque esta comida sirve para ponerse fuerte, para poder brincar, para ponerse bonita y grande, y tú me gustas mucho así, chiquita y chaparrita como tú eres. – Yesil retira el plato que había puesto sobre la mesa.

– ¡Pero yo quiero! – dice Alena en tono suplicante.

– Bueno – accede Yesil – pero este es mi plato. Te voy a poner un plato para ti para que tú lo pruebes.

Alena se siente triunfante y añade muy convencida : – ¡Y quiero sentarme en una silla de grandes!

– ¡No, eso ya es demasiado!… Bueno, pero sólo por ésta vez – dice Yesil en tono bajito como si alguien las escuchara. En cuanto Alena le da el primer bocado a su hígado, mamá le advierte observando su reacción:

– ¡Pero no te lo comas todo, porque si no, no le va a alcanzar a papi!

– ¡Está rico, dracias! – Alena toma otro bocado y otro más. Después de casi terminar su comida, mira con tranquilidad a Yesil y comenta: – Si no alcanza para para papi, le das Choco prispis, total, él ya está grande y muy bonito.